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Colombia es pasión

Por Diego León Caicedo Muñoz

“Más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor”. Jacinto Benavente

En el presente escrito no me voy a referir a la iniciativa que nació con el fin de posicionar la imagen positiva de Colombia en el extranjero, una estrategia financiada por Proexport y el sector privado. Voy a hacer alusión a los sentimientos, emociones y comportamientos de los colombianos, producto de un conflicto social y armado que lleva casi un siglo y que nos hace un país muy particular.

La pasión es un sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón, como el odio, los celos o la ira intensa, es decir, dejarse llevar por los impulsos. Los conflictos sociales que pasan por las armas dejan huellas imborrables, heridas que no sanan con el tiempo y conservan el odio en lo más profundo de las fibras del tejido social.

La violencia bipartidista impregnó en nuestros padres y abuelos el hábito de prevención hacía los demás, lo propio ha hecho en las generaciones vigentes el conflicto armado, concebido por las guerrillas, el narcotráfico y los grupos armados organizados, disputa que ha ahondado las pasiones de los colombianos y que no ha sido posible concluir.

El odio no es un sentimiento individual y aislado, este se construye y se alimenta.

Esta es la premisa que vertebra el ensayo de Carolin Emcke, contra el odio, convertido en best seller en Alemania. En este país con buenos ingresos económicos y buena calidad de vida, el rencor se ha centrado en el nacionalismo, la identidad y el racismo, secuelas de dos guerras que no han superado. El marco ideológico que nutre el odio es multinacional, se utilizan las redes sociales para producir animadversión y los mismos discursos se repiten en distintos países.

Otro ejemplo de conflicto prolongado en el tiempo para no mencionar muchos más, es el de judíos y palestinos, en donde el odio se centra en la religión y arrastra pasiones encontradas, es muy difícil adentrarse en los intríngulis de una confrontación con tantas aristas sin que afloren las justificaciones morales y éticas de un lado, contrapuestas a las del otro lado. (Pedro Brieguer, el conflicto palestino-israelí).

Los odios heredados del conflicto colombiano han generado compatriotas reactivos ante cualquier circunstancia, vivimos a la defensiva, a diferencia de Alemania, Israel y Palestina, el odio no está basado en el nacionalismo, la identidad, el racismo o la religión, sino en el resentimiento. Nos desbordamos emocionalmente ante las situaciones externas adversas, perdemos mucha energía juzgando y criticando a los demás, percibimos los cambios como amenazas, tendemos a quejarnos por todo, pero no ejecutamos ninguna acción para cambiar la situación.

Buscamos beneficios propios por encima de lo comunitario y aflora de inmediato el instinto colombiano de conservación denominado “la ley del más vivo”.

Ortega y Gasset señalaba en su magnífico libro “La rebelión de las masas”, que el concepto de nación se debe construir con la voluntad de hacer algo en común; de buscar un futuro colectivo. Estamos equivocados si esperamos que los políticos populistas mesiánicos nos cambien el devenir, por uno donde mane miel y leche, por el contrario, son ellos, los que atizan la hoguera del odio para mantenernos sumidos en la inopia.

¿Hasta cuándo tenemos que cargar con el lastre de haber construido un Estado sin una nación?

Para eliminar el odio heredado del conflicto es necesario que exista primero una catarsis individual, que conlleve a una reingeniería social. Esta última, basada en el fomento de la cultura de la tolerancia, el respeto por la diferencia, la solidaridad y el fortalecimiento de los principios y valores. Implementar cambios en una comunidad tarda generaciones, se requiere del impulso del Estado, pero también de la voluntad personal de transformación, que será la única forma de tener políticos íntegros y renovados.

No olvidemos que ellos son producto de la sociedad en que vivimos.

Ante esta situación social tan complicada y de angustia, como diría Baruj Spinoza hace cuatrocientos años, “no reír, no llorar, sino comprender” y yo le agregaría, sabiduría y voluntad para convertir el odio en amor. Los cambios pequeños cuando se hacen con magnanimidad, conllevan a una evolución sempiterna.

Política en Colombia

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