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El poder totalitario del Congreso

Por Diego León Caicedo Muñoz

“Necesitamos una nación donde la corrupción no sea una forma consentida de gobernar” Javier Diez Canseco.

El poder constituyente originario tiene por objetivo el establecimiento de una Constitución, está radicado en el pueblo y comporta un ejercicio pleno del poder político.

El constituyente derivado en cabeza del Congreso de la República tiene la capacidad de reformar la constitución, de hacer las leyes, de elegir a quienes regentan los órganos de control, magistrados de la Corte Constitucional, etc.

Y ejerce el control político sobre los demás órganos del poder público, como mecanismo del ejercicio de pesos y contrapesos.

En teoría una reforma a la constitución política la pueden hacer el Congreso, mediante acto legislativo, una asamblea constituyente o el pueblo mediante referendo.

Hay algo curioso y es que el pueblo es el constituyente primario y por encima de este no hay más poder, este puede reformar su constitución o cambiarla, pero así la iniciativa surja en el pueblo, en todos los casos, las reformas deben transitar por el Congreso de la República.

La democracia se hace cada vez más difícil en la medida que, a quienes el pueblo eligió para que los representara en el legislativo, se arrogaron una potestad totalitaria en beneficio particular, cuando por el contrario todas sus actuaciones por obligación deberían beneficiar a un colectivo pleno de necesidades insatisfechas.

Se han realizado varios intentos para reformar al Congreso de la República, para hacer más funcional esta labor tan importante, pero no ha sido posible, en razón a su omnímodo poder constitucional.

Ellos, por su puesto, nunca van a permitir que se acabe el ágape de clientelismo, contratos, dinero protervo y largas vacaciones.

Veamos qué es lo que tanto los aferra al poder: primero, descansan cuatro meses al año, cuando cualquier otro funcionario trabaja todo el año y solo tiene 20 días de vacaciones, según el artículo 83 de la ley 5 de 1992, todos los días son hábiles para reuniones de cámaras y comisiones, pero se generalizó que solo trabajan martes, miércoles y jueves y el resto de días lo utilizan para estar en las regiones junto con los electores.

A lo anterior se le agrega el ausentismo, que después de tanta presión jurídica, no se ha podido controlar.

Ah, sin contar que medio trabajan los tres primeros años y el último se dedican a hacer política para reelegirse.

Segundo, los altos salarios que devengan: alrededor de 34 millones y medio de pesos, sin contar las primas que por ley tienen derecho y tiquetes aéreos para trabajos en la región.

Cada Unidad de Trabajo Laboral cuesta 44 millones de pesos, el alquiler de una sola camioneta blindada cuesta 11 millones de pesos, tienen un seguro de vida que le costó a los colombianos 1.245 millones de pesos. Así las cosas, el costo mensual por cada congresista es de aproximadamente 94.307.150, multiplicado por 280 congresistas, el costo mensual total de gastos es de $26.406.002.000.

Tercero y por supuesto, no se pueden incluir a todos los congresistas, la más apetecida, la corrupción que genera aprobar, desaprobar o rechazar un proyecto de ley, proveniente del sector privado o el público.

Que conlleva a manipulación de la contratación estatal, manejo discrecional de entidades del ejecutivo y en estas dos últimas, la salud, infraestructura vial, educación, etc.

El gasto generado en la campaña lo recuperan a la enésima potencia.

Cuarto, el poder que tienen de manifestar lo que quieran sobre instituciones y personas sin que para ellos opere las limitaciones legales del derecho a la intimidad, la honra y la dignidad.

A través de la mentira y la difamación han creado un verdadero clima de odio y desprestigio para el país, alimentado la maquinaria política de cada partido o caudillo, sin importar para nada la solución a los problemas del país.

¿Y quién ronda a los congresistas?

Es inconcebible que a ellos les asista el poder de hacer moción de censura a un ministro y que nadie pueda hacer lo mismo contra ellos, por el solo hecho de haber sido elegidos por el pueblo, tienen la patente de corso para hacer lo que quieran y no pasa nada.

Esto es síntoma de una democracia enferma y con tanque de oxígeno.

Por último, el poder vitalicio y hereditario del cargo, los congresistas pueden reelegirse las veces que quieran y ahí tenemos el ejemplo del senado Víctor Renán Barco, quien permaneció en el Congreso el 85% de su vida.

Por todo lo anterior, es inminente que el pueblo a través de sus diferentes organizaciones reforme el Congreso de la República, que coloque unos controles exhaustivos, pero sobre todo que genere un cambio en la forma de hacer política en nuestro país.

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