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Nubes oscuras en el horizonte

      Por Coronel Iván González Urán

     En la forma como está maniobrando Petro para negociar la supuesta paz total, lo vemos cómo intentando desenredar un bulto de anzuelos que no sabe por dónde agarrarlo. Por donde toque chuza.

     O, más bien, como tener a un loco sentado en la silla del piloto con una gorra de aviador. Ayudado por un copiloto ministro sin idea de cómo volar ni sin saber si el combustible alcanza.

      La impresión que ese par de tripulantes, nos dan a los pasajeros del avión, es que tenemos que hacer abortar el despegue antes de que esa tripulación imprima más impulso a la aeronave. Que frenen antes de que levante vuelo.

       Porque hacen lo mismo que otros anteriores pilotos, que sabiendo que un motor está fallando, abren alas y decolan de la pista. Después, piden auxilio para salvar el pellejo sin enterrarse con los muertos. Y si logran sobrevivir de la estrellada se esconden o no responden por el error. Como los toreros, se meten a los burladeros para esquivar la furia del semoviente.

      Todo indica que piensan como un presidente que dijo que no se han escrito catálogos de cómo negociar el fin de una guerra la paz, después de metido en el embrollo para explicar su torpeza. Es decir, que ni siquiera han leído el manual de vuelo del avión. Están improvisando al tanteo. Por ensayo-error.

      Con el criterio de que aunque el avión sea del mismo modelo, la misma ruta  y el mismo destino, el catálogo de manejo es diferente. Como si las experiencias de los políticos del pasado ni fueran lecciones útiles. Característica habitual de los políticos empleados de ocasión en la paz. Mientras los militares son servidores por vocación y de por vida, en la guerra.

       No muestran claridad ni preparación ni coherencia ni acuerdo entre piloto y copiloto.  El piloto juega al malabarismo lanzando globos al aire mientras el copiloto trata de atraparlos al azar. Tienen criterios distintos y eso asusta a los pasajeros.

       Siempre los dirigentes políticos colombianos, piden a los militares que les resuelvan los problemas de orden público, creados por su incompetencia para gobernar y se bajan del avión para entregarles la cabrilla. Y cuando ven que están próximos al destino los bajan de la silla en montón para subirse al tren de la victoria, sin haber terminado el viaje ni haber aterrizado. Creen que aprendieron a volar a último momento  desde la cabina de atrás. Sin admitir que no fueron expertos en administrar la paz. Y por eso menos en negociar el fin de la guerra.

       Por eso el público, de inmediato, se asusta ante esa falta de claridad. Mucho más cuando las calificaciones del piloto son insuficientes y la hoja de vida es una nube oscura. Se dan cuenta que nada bueno augura la aventura. Pues siempre lo que mal inicia mal termina. Y zapatero a tus zapatos. Los pactos entre bandidos nunca son para lo bueno.

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