Nuestro propósito superior: Unidos para ser más fuertes.
Artículos de opiniónPublicaciones

Ucrania: lecciones de cómo parir una industria militar

      Por Alejandro Lamus

      El año pasado los medios de comunicación le dieron protagonismo, más que a cualquier otra cosa, a la contraofensiva ucraniana en el corredor terrestre, relegando a un segundo plano la contienda por el Mar Negro; lo cual es una injusticia, ya que mientras la ofensiva terrestre naufragaba en costosas y miserables capturas territoriales, la armada ucraniana tenía bajo asedio a la mismísima Crimea y lograba, tras año y medio de guerra, reabrir sus puertos al comercio marítimo. Indudablemente, el desarrollo militar del conflicto y los medios usados por Ucrania para romper el bloqueo naval ruso serán objeto de estudio y reflexión para las ciencias militares en los años venideros, pues son prueba contundente, entre otras tantas, para demostrar que un cambio importante en la forma de librar la guerra se ha dado frente a nuestros ojos. Consecuentemente, los estados no pueden ser impasibles y han de tomar acción necesariamente, so pena de quedar a merced de otros que sí emprendan las transformaciones necesarias requeridas bajo el nuevo paradigma militar.

Nosotros creemos que esta transición doctrinal está al alcance de las capacidades industriales y tecnológicas de Colombia; pero primero es necesario entender la revolución militar que está en marcha por culpa de la introducción masiva de plataformas no tripuladas en el campo de batalla, enfatizando sobre los drones marinos, porque como veremos más adelante, son de fácil producción y han demostrado importantes capacidades operativas.

Como todos bien saben, al comienzo de la “operación especial”, la apabullante superioridad rusa en el Mar Negro neutraliza muy temprano a la flota ucraniana y logra capturar importantes puertos, despojando a la armada ucraniana de medios tradicionales para librar la guerra en el mar y la obliga a buscar alternativas para combatir aún en inferioridad de fuerzas.

El uso extensivo de minas navales, junto a la llegada de misiles Harpoon y Brimstone, resultaron decisivos a la hora de prevenir un temido desembarco ruso en Odessa; sumado al hundimiento de un buque de desembarco en el puerto de Berdyansk el 24 de marzo del 2022 y el posterior hundimiento del Moskva, buque insignia de Rusia en el Mar Negro, con misiles Neptune el 13 de abril del mismo año; fueron en suma aquellos hechos que marcaron la pauta para Ucrania, que lograba de esta manera cambiar el rumbo de la guerra y evitar la completa dominación rusa del Mar Negro del Norte.

Pese a su holgada superioridad, la situación pronto se complicaría para Rusia en el momento que Ucrania empezó a usar vehículos aéreos no tripulados, o UAV (Unmanned Aerial Vehicle, por sus siglas en inglés), para golpear primero en la Isla de las Serpientes, contribuyendo a que Rusia se marchara de la misma el 30 de junio; y luego en Sebastopol, donde se registran ataques con UAV desde el 31 de julio, que no cesan desde entonces y ocasionan graves pérdidas a los rusos cada tanto. Posteriormente, Ucrania incorpora dentro de su arsenal al famoso dron marino, también llamado vehículo de superficie no tripulado o USV (Unmanned Surface Vehicle), con el que al parecer habría intentado atacar sin éxito en Crimea, pues el USV naufraga y aparece el 21 de septiembre en una playa de Sebastopol.

Posteriormente lo ucranianos, con más experiencia, el 29 de octubre del mismo año realizan un exitoso ataque combinado contra el puerto de la ciudad, usando en total siete drones marinos (USV) y nueve vehículos aéreos no tripulados (UAV), con los cuales habrían causado importantes daños a un barco dragaminas y cuatro buques de guerra, incluyendo la fragata “Almirante Makarov”, nuevo buque insignia ruso tras el hundimiento del Moskva. Desde entonces se han reportado numerosos ataques ucranianos con USV a puertos, barcos en altamar e incluso en Novorossiysk, al otro lado del Mar Negro, demostrando así el alcance de estas plataformas no tripuladas. Esta peligrosidad habría motivado el desarrollo de los propios USV rusos, fuertemente inspirados en los modelos ucranianos, con los cuales presumiblemente habrían atacado el 10 de febrero de 2023 el puente de Zatoka, al sur de Odessa.

Rusia tiene la ventaja de tener sus grandes fábricas bien lejos del frente, mientras que Ucrania las tiene a tiro. El modelo existente previo a la guerra centralizado en las clásicas fábricas soviéticas, enormes, de grandes hornos y maquinaria pesada, ha demostrado ser un objetivo fácil de atacar para Rusia; en contraste, la producción tanto de drones marinos como aéreos se ha dado en un modelo descentralizado, basado en multitud de pequeños talleres manufactureros que previamente se destinaban a la industria civil.

Pensemos que, según la Royal United Services Institute, Ucrania pierde alrededor de 10.000 vehículos aéreos no tripulados al mes, cifra que es al mismo tiempo muestra y medida del esfuerzo industrial y tecnológico que necesitan hacer los estados para suplir la demanda de drones que hay en una guerra convencional moderna. Frente al hecho, es realista pensar que Ucrania, con un modelo industrial casi artesanal, difícilmente podría sostener una producción de drones a una escala suficiente como para no depender de la solidaridad internacional; sin embargo, este no parece ser el caso de los drones marinos, que parecen prosperar aún bajo este modelo, que demuestra una capacidad productiva suficiente como para permitirle a la armada ucraniana cierta autonomía para golpear activos rusos en el Mar Negro sin depender de la voluntad terceros, no en pocas ocasiones y causando bastantes daños.

La cuestión es que los USV son muy fáciles de producir, probablemente su punto más fuerte, son demasiado económicos y prácticamente se pueden producir en garajes de ser necesario; normalmente a partir de piezas y motores de embarcaciones civiles y recreativas, siendo las más comunes las de la marca Sea-Doo, fabricante de motos acuáticas de alta gama. En principio, cada dron costaría alrededor de $250.000 USD, según fuentes ucranianas, y parece ser que la mayor parte del costo de producción se destina a los sistemas de control y fabricación. El USV tiene dos espoletas de impacto en la proa similares a las de las bombas aéreas, las cuales estarían conectadas mediante un cable al detonador y a la ojiva, cuyo tamaño y la ubicación no está claro, pero probablemente se cargaría en la parte delantera de la nave; la cual sería controlada mediante un repetidor aéreo o por sistemas de comunicación satelital, presumiblemente conectados a la red de Starlink.

Entre tantas novedades es importante seguirle el paso al conflicto, y para eso se creó Brave1: un cluster o grupo de tecnología de defensa lanzado por Ucrania a finales de abril de 2023. Se trata de una iniciativa conjunta del Ministerio de Transformación Digital, el Ministerio de Defensa, el Estado Mayor, el Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, el Ministerio de Industrias Estratégicas y el Ministerio de Economía de Ucrania, como plataforma para optimizar la cooperación entre empresas, Estado, ejército ucraniano, inversores y otros socios potenciales. Esta muestra prometedores avances en cuanto a producción de drones, robótica e inteligencia artificial, con diseños realizados en conjunto con el ejército para cubrir múltiples necesidades tácticas en el campo de batalla.

Por medio de esta iniciativa se ha dado a conocer el Toloka 150, un vehículo submarino no tripulado o UUV (Unmanned Underwater Vehicle) que, si bien pierde en autonomía y velocidad frente a los USV actuales, tiene la ventaja de ser submarino y de tener un tamaño muy reducido, ganando en sigilo y dificultando su neutralización; no obstante, se esperan diseños de mayor envergadura. Otra iniciativa es la de AMMO Ukraine que anunció hace ya un año el desarrollo de un vehículo submarino autónomo o AUV (Autonomous Underwater Vehicle) de 6 metros de longitud, 1 metro de ancho y con un alcance de 1000 kilómetros que sería especialmente útil para destruir buques de guerra, infraestructura, fortificaciones costeras y submarinos, e incluso se podría usar para transporte de personal debido a sus dimensiones, autonomía y capacidad de carga; aunque el proyecto ya lleva cierto tiempo buscando financiación, por lo menos cuenta con un prototipo construido en metal. De igual manera, los USV originales, como el Mykola y el Magura V5, han evolucionado durante estos dos años de guerra y por eso los USV que fabrica Ucrania hoy en día, como el Sea Baby o el Mamai, son bastante más elaborados, aunque funcionen básicamente igual; pero se especula que la versión mejorada del Sea Baby, apodada Avdiivka, ya cuenta con la capacidad de disparar misiles, lo cual sería un gran salto de capacidades.

Ahora, no es que los USV sean siempre efectivos o que Rusia no tenga alguna contramedida efectiva contra ellos, todo lo contrario. En principio, los USV no son plataformas autónomas y necesitan apoyo aéreo, de inteligencia o de las fuerzas especiales para encontrar sus objetivos e interceptarlos; lo cual requiere mucha coordinación y parece que es especialmente difícil golpear objetivos en movimiento y altamar, lo cual explica por qué la mayoría de estos ataques se dan a puertos, que son objetivos fijos, o cerca de las costas para tener apoyo desde tierra.

Una vez determinado el objetivo, los USV actuales difícilmente garantizan que un ataque sea exitoso, ya que al ser detectados son fáciles de interceptar y destruir antes de que estos lleguen a sus objetivos, lo cual nos indica que tienen una tasa de éxito bastante baja y a su vez explicaría por qué se emplean en grandes cantidades, como en enjambres y en ataques nocturnos; como para tener las mayores posibilidades de éxito. Sin embargo, a pesar de que en su mayoría los ataques fallen o sean interceptados a tiempo, estas plataformas no tripuladas de bajísimo coste de producción permiten una lógica militar y económica en donde cualquier ataque exitoso resulta sumamente coste-efectivo, pues cuando aciertan logran mucho con muy poco, lo cual además tiene un impacto psicológico relevante.

Esto explica por qué Rusia, a pesar de una incuestionable superioridad naval, se ha visto obligada a tomar una posición cada vez más conservadora, y es que cualquier descuido le sale muy caro a su armada; y aún más si se trata de un barco cisterna o la propia infraestructura petrolera, pues Rusia exporta hasta 600.000 barriles diarios a través del Mar Negro, por lo que este tipo de ataques son un golpe directo a las finanzas del Kremlin.

De vuelta al Mar Negro, vemos que no solo hay infraestructura petrolera, y como muestra tenemos a las Torres Boyko, que son plataformas de perforación para la producción de gas ubicadas al norte del Mar Negro, a medio camino entre Crimea y Odessa. Estas empezaron su construcción en el 2010 y fueron capturadas durante la invasión rusa de Crimea en el 2014. Para efectos de la guerra, estas cuatro plataformas fueron equipadas con misiles, sistemas electrónicos de alerta temprana y radares, con el fin de monitorear y controlar la parte nororiental del Mar Negro; lo que facilitaba el bloqueo naval y permitía la detección temprana de ataques con drones y misiles. Sin embargo, entre agosto y septiembre de 2023, varios asaltos anfibios conducidos por fuerzas especiales en lanchas rápidas retomaron el control ucraniano de estas instalaciones, al tiempo que capturaban material de primera para sus agencias de inteligencia.

Estas pequeñas embarcaciones nisiquiera pudieron ser combatidas por la fuerza aérea rusa, que envió un caza SU-30 a interceptarles con cañones aire-tierra; pero estas se defendieron con misiles antiaéreos portátiles y dañaron al caza, el cual tuvo que volver a base en tierra. La falta de estas posiciones afectaría directamente el desarrollo de operaciones de la aviación naval rusa en el Mar Negro, pues a falta del paraguas de radares y sistemas de control que había en las torres, las aeronaves han de enfrentarse a más riesgos a la hora de interceptar las rutas comerciales de Ucrania, dificultando aún más el bloqueo naval.

Además, sin posiciones de alerta temprana, Rusia quedó ciega y la defensa antiaérea de Sebastopol se vio comprometida, pues tiene menos tiempo de reacción frente a posibles ataques aéreos. Aprovechando esta brecha en la defensa aérea enemiga, el 13 de septiembre Ucrania lanza un sorpresivo ataque combinado con dirección al puerto de Sebastopol, usando 3 USV y una salva de 10 Storm Shadow, poderosos misiles de crucero entregados por el Reino Unido que fueron disparados desde cazabombarderos SU-24 modificados.

El ataque fue interceptado en su mayoría y tan solo tres misiles lograron evadir a la defensa antiaérea rusa, pero estos dieron en el blanco: dos en el barco de desembarco “Minsk” de la clase Ropucha, usado en la logística naval rusa en el mar de Azov, y el ultimo en el submarino de ataque “Rostov-on-Don”, de la clase Kilo modernizado, uno de los activos estratégicos más importantes de Rusia en el Mar Negro, ambos apostados en el dique seco mientras se les hacía reparaciones y mantenimiento. Era evidente que el puerto de Sebastopol ya no podía ser defendido de forma efectiva y gran parte de la flota rusa del Mar Negro tuvo que trasladarse al puerto de Novorosíisk, a cientos de kilómetros.

Con la flota de superficie acorralada, la supremacía rusa en el Mar Negro parece contestada, pues si al principio la armada contaba con sus buques, la aviación naval y cuatro submarinos para mantener el bloqueo naval, este control se habría degradado. A efectos prácticos, Rusia solo cuenta con sus submarinos, sin embargo, tras los ataques al puerto de Sebastopol, Rusia solo cuenta con tres, y si se piensa que normalmente siempre hay uno inactivo por reabastecimiento o mantenimiento, entonces tenemos que realmente tiene dos; evidenciando una capacidad más que deficiente como para sostener un bloqueo naval en costas ucranianas. Todo lo anterior explica cómo, tras año y medio de guerra, Ucrania reabre sus puertos al comercio exterior y revive sus rutas comerciales por el Mar Negro a través de un corredor marítimo que une sus aguas con las aguas territoriales de Rumania, claro está, con muchas medidas de precaución por el tema de las minas navales. Por si fuera poco, Crimea sigue bajo el asedio de los drones y misiles, al tiempo que los ucranianos buscan la manera de destruir el puente sobre el estrecho de Kerch, para dejar incomunicada a la península con el Krai de Krasnodar.

En definitiva, la situación sigue en desarrollo, pero es clarísimo que Ucrania ha desafiado abiertamente el poderío naval ruso a pesar de no tener una flota de superficie ni submarinos. En vez puso en práctica, más por necesidad que por otra cosa, una doctrina de guerra naval asimétrica, fuertemente basada en el uso de misiles y superficies no tripuladas de bajo coste, pero de gran operatividad; con las que sorprendentemente logra poner en jaque a toda la costosa flota rusa del Mar Negro, que se repliega cada vez más lejos de sus costas. Evidentemente, si Ucrania ha tenido algún éxito durante el año pasado, ha sido en el mar.

Con todo lo anterior, es evidente que la introducción de plataformas no tripuladas en el campo naval ha sido una auténtica debacle. Fáciles de construir, baratos y efectivos, pareciera que los drones marinos tan solo requieren una línea de producción más bien modesta para dotar a toda una armada con material de buena calidad y en cantidades nada despreciables; por eso los Hutíes, tomando nota de estas virtudes, ya trabajan en el desarrollo y construcción de sus propios USV, inspirados en los modelos ucranianos, usando su propia experiencia y muy seguramente en cooperación con Irán. En contrapunto, no se explica por qué en los países occidentales, que gozan de riqueza, paz y estabilidad, el discurso político no toma en serio el tema del desarrollo y producción de este tipo de drones, cuando es posible construir extensas líneas de producción sin la presión de los bombardeos. También sería prudente reconocer que estamos frente al nacimiento de un nicho muy prometedor dentro del sector naval y astillero, con un mercado a la espera de competidores, pues la demanda es segura y no hay apenas oferta hoy en día.

Para traer el debate a nuestras costas, tomemos como referencia las fragatas del programa PES, de la armada nacional: se estima que la primera unidad tendrá un coste de 435 millones de dolares, será capaz de desplazar casi 3000 toneladas de peso, con una tripulación de más de 120 personas a bordo, incluyendo al personal de los helicópteros, y, por si fuera poco, su construcción podría tomar hasta 10 años, empezando con suerte (si Dios quiere) el año siguiente. Estas poderosas fragatas serán con orgullo la nueva joya de la corona de la armada nacional, y su realización daría mucho prestigio a COTECMAR, principal referente de la industria astillera nacional. Aun con todo, si nos atenemos a la experiencia de la guerra en Ucrania, que un pequeño dron marino que cuesta menos de una milésima fracción de lo que cuesta una fragata como las del programa PES, de tan solo 250 mil dolares, que pesa lo mismo que un carro, construido en un pequeño taller automotriz reacondicionado, operado a kilómetros de distancia con total seguridad, pueda tener la más remota posibilidad de dañar o incluso hundir una fragata, es una auténtica barbaridad; si no pregúntenle a la Almirante Makárov.

Tengamos en cuenta que los modelos actuales son tan solo los primeros de su tipo, pero cuando los drones marinos sean plenamente submarinos, o desarrollen capacidades autónomas y de enjambre, o si sencillamente empiezan a acoplar con éxito sistemas para el lanzamiento de misiles y torpedos, estas plataformas serán con toda seguridad una auténtica amenaza para las flotas de superficie de cualquier armada. Cabe aclarar que nuestra idea aquí es poner el foco en las virtudes de los drones marinos en una guerra convencional y hacer una comparación económica entre las dos plataformas, de manera que sea evidente cuál de las dos tiene la mejor relación coste-beneficio, esto con el fin de promover el desarrollo de estos en el país; o al menos de darlos a conocer al público, con pelos y señas, a la luz de los hechos de la guerra. No es nuestra intención hacer una apología en contra del programa PES, pues la armada necesita modernizarse y se verá enormemente beneficiada con todas las capacidades que las fragatas tienen para ofrecer una vez construidas.

Algo que no es muy conocido por el público general es que Colombia cuenta con un sector astillero y naval consolidado y relativamente competitivo, tanto a nivel de grandes como de pequeñas empresas. Estas ofrecen una gran variedad de servicios, especialmente en cuanto a mantenimiento y reparación de embarcaciones, fluviales y marinas, pero solo un puñado se dedica al diseño y construcción de embarcaciones pequeñas y medianas, que son las que nos interesan. Por mencionar las más importantes, tenemos COTECMAR, a la cabeza por sus capacidades industriales y tecnológicas; la empresa Eduardoño, con un amplio portafolio de embarcaciones militares y civiles; el grupo Mar 10, que además representa a Boston Whaler y a la USMI (United States Marine, Inc.) en Colombia; y finalmente también tenemos a Durabotes, que fábrica botes para uso civil; no obstante, haría falta mencionar a los pequeños talleres y varaderos que en su mayoría desempeñan procesos artesanales y de capacidades limitadas, pero que igualmente tienen su cuota de mercado dentro de un sector que está en crecimiento y recibe inversión tanto nacional como extranjera. Reflexionemos sobre nuestra historia y pensemos: en lo más profundo de la selva, en talleres clandestinos y con medios rudimentarios, los narcotraficantes colombianos construyen submarinos capaces de surcar océanos con toneladas de mercancía dentro, hecho que sorprende a los expertos y ya hay quienes plantean que serán el futuro de la logística militar naval; entonces no se entiende como el estado colombiano con todos sus recursos, tecnología, medios a disposición, personal brillante y cualificado, no pueda construir drones marinos de calidad, con sistemas de manejo y navegación integrados y modernos, en cantidades suficientes como para abastecer a la armada y mucho más. Evidentemente, sí se puede, es cuestión de reunir las piezas.

Construidas las piraguas, para que estas sean auténticos drones marinos ellas necesitan un sistema que permita transportar y detonar la carga con precisión en el objetivo, lo cual tampoco debería estar fuera del alcance de las capacidades de empresas como Indumil. Esta cuestión ya implica cierta cooperación empresarial, pero el reto de verdad sería la implementación de los sistemas electrónicos y de comunicación para el control remoto de los drones, así como el desarrollo del software que haga falta; por ejemplo, para la interfaz de control del operador, la optimización del dron mediante la automatización de ciertas funciones programables, o incluso la implementación de algoritmos que le permitan cierta autonomía al dron en caso de que este llegase a perder comunicación con el operador por fallas eléctricas, condiciones climáticas adversas o por culpa de la interferencia causada por algún sistema de guerra electrónica.

Aún con estos retos por delante, no es como si el país careciera del talento humano y los medios tecnológicos necesarios para asumir los desarrollos que hacen falta en este apartado, pues dentro del sector privado las empresas tecnológicas están en auge y proveen de un amplio abanico de servicios en cuanto a comunicaciones y desarrollo de software se refiere; mientras tanto en el sector público, solo dentro del Grupo Social y Empresarial del Sector Defensa (GSED) hay varias empresas estatales con los conocimientos, experiencia, la pericia y el know how suficientes para la instalación de las comunicaciones, los sistemas electrónicos y computacionales, así como en el desarrollo de software militar.

Aquí nos podríamos referir tanto a la Corporación de Alta Tecnología (o Codaltec), que cuenta con experiencia en el desarrollo de radares, sistemas de inhibición electrónica y software militar de entrenamiento; como a la Corporación de la Industria Aeronáutica Colombiana (CIAC), que ya fabrica distintos modelos de vehículos aéreos no tripulados, como el UAV Coelum, el ART Quimbaya y el Sirtap. Este último desarrollado en conjunto con Airbus de España, filial con la que el año pasado firma un nuevo acuerdo para la fabricación de la cola y el tren de aterrizaje de la aeronave.

Con todo esto se quiere evidenciar que Colombia sí tiene las capacidades necesarias para llevar a cabo el desarrollo de sus propios drones marinos; sin embargo, estas capacidades parecen estar repartidas en diferentes empresas del sector público y privado, lo cual es problemático. Si fuera una receta, el país tiene todos los ingredientes necesarios, pero ha de reunirlos si quiere hacer algo con ellos; de igual manera, Colombia en su conjunto tiene todo lo necesario para desarrollar sus drones, pero necesita un verdadero pacto histórico a nivel nacional, uno que sirva de plataforma para la cooperación estrecha entre el estado, el ejército y las empresas. Buscando inspiración en Ucrania y su Brave1, el país podría poner en marcha un cluster empresarial que trascienda las industrias militares del GSED al incluir empresas del sector civil, buscando principalmente la participación de la industria astillera nacional y las empresas tecnológicas; que a su vez cuente con la participación activa de las ramas pertinentes del ejército, en posición de comprador, para que este pueda dar los lineamientos técnicos que han de seguir los diseños y la producción de los drones (o lo que sea que el país se disponga a construir bajo este modelo); que por cierto, requiere de algo más que financiación, pues el estado tendría que estar dispuesto a comprar en grandes volúmenes los frutos de esta colaboración para que el esfuerzo le valga la pena al sector privado; lo cual tampoco quiere decir que deba negarse a la posibilidad de colaborar y atraer financiación de otros sectores privados o extranjeros, todo lo contrario, pues la iniciativa tiene todo el potencial de atraer tanto a socios tradicionales como nuevos, incluyendo a la mismísima Ucrania.

La iniciativa sería crucial para el estado en materia de seguridad y defensa, pues la política internacional parece mucho más violenta que antaño, cuando las guerras convencionales entre estados modernos era tan solo un recuerdo de peores tiempos; entonces (re)descubrimos (en el mejor de los casos) que la autonomía armamentística es un punto clave para garantizar la soberanía nacional. Cuando el viento sopla fuerte es porque olas trae, o al menos Estados Unidos así lo entiende, por eso imagina la guerra del futuro y responde con una nueva doctrina militar para sus fuerzas armadas: la guerra mosaico y multinivel, caracterizada por la integración de múltiples plataformas interconectadas que comparten información entre sí para operar en un frente amplio, azotado con enjambres de drones y plataformas no tripuladas; y aunque nada nos asegura que el futuro sea tal y como se lo imagina el pentágono, vale la pena tener en cuenta la reflexión que la primera potencia militar del mundo hace sobre la guerra.

Volviendo a Colombia, si esta iniciativa tiene éxito en el desarrollo local de nuestros propios drones, cuando esta revolución anunciada entre en vigor dentro de los ejércitos del mundo, mostrando su verdadero y terrible rostro, el país ya se habrá posicionado con su industria para subirse al tren de la modernización; teniendo la oportunidad de liderar en el sector con productos innovadores que construyan sobre la base de estas rudimentarias plataformas que aquí proponemos desarrollar. Tal vez para entonces ya no hablaremos del desarrollo de nuevos drones, nisiquiera de enjambres, sino de vehículos porta-enjambres, sistemas de guerra electrónica, inteligencias artificiales y otras cosas que hace una década más bien parecían propias del reino de la ciencia ficción que otra cosa.

Hoy por hoy, las nuevas tecnologías parecen nivelar el terreno de juego, tal como lo demuestra Ucrania con sus drones, acortando brechas y disminuyendo distancias. El país debe tomar decisiones con visión estratégica si es que quiere participar de esta revolución en marcha, siendo la más importante la del pacto histórico: uno real que no le pertenezca a nadie sino a la nación, que apueste firme por la ciencia, la tecnología y el talento humano; el cual tan solo podría ser liderado por un gobierno con verdadera vocación de cambio, y no por uno con voluntad voluble.   

Deja un comentario

Este sitio web utiliza cookies. Puede ver aquí la política de cookies.    Más información
Privacidad